martes, 17 de enero de 2012

Un paseo a través del recuerdo

Hoy salí de mi casa hacia las 09:10 de la mañana, tenia una entrevista de trabajo, no fui, pero si fui a un lugar que nunca pensé que fuera a visitar, aunque supongo que por mucho que queramos evitarlo finalmente no nos queda más remedio que resignarnos y visitarlo.

Eché a andar con la mochila a mis espalda, llevaba unos libros (y un currículum) por si me apetecía hacer un alto en el camino.

Bajé hasta el paseo marítimo y caminé junto a la orilla del mar escuchando en el teléfono móvil a johnny Cash. El sol se elevaba por el horizonte, y aunque era una mañana fría de invierno no tardó mucho en calentarme el rostro y las manos, las cuales llevaba enfundada en unos guantes negros que al cabo de diez minutos de paseo tuve que liberarlas debido al calor que formaba gotas de sudor en las palmas de mis manos.

Estuve caminando unos cuarenta y cinco minutos por el paseo marítimo y apenas me cruzaba a otras personas, supongo que fue por la hora que era o por  la época del año (invierno), pero el panorama estaba libre de turistas y niñatos en bicicletas, de esos que si no te apartas te arrollan.

Bueno, el caso es que iba caminando con la cabeza despejada y pensando en cómo de esponjosas serian las nubes que se alzaban en el horizonte, cuando mi camino se dividía en dos “rutas”.
La primera era la escalera que pasa por el cementerio y te deja justo al lado de la “columna vertebral” de Torremolinos (La calle San Miguel). Y la segunda era la calle del Bajondillo (curioso nombre ahora que lo pienso, pues es el final de la calle San Miguel,es decir: “los bajos”).
Finalmente me decanté por subir las escaleras del cementerio (hacia años que no las subía, y aunque eran muchos escalones aún me sentía con mucha fuerza después de la caminata para subirlas de un solo tirón).

Cosa que resultó ser mentira, a tres cuartas partes del camino hay un mirador, que para mi gusto es precioso, pues la vista alcanza hasta el puerto de Málaga y más allá, me senté en un banco con el corazón pugnando por salir de mi pecho y pensé que el tabaco no es el mejor aliado para este tipo de paseos (por no decir ninguno).
Cuando pude calmar mi corazón con un breve descanso me puse de nuevo en marcha, me sentía bien, estaba un poco sudado pero el aire frío refrigeraba mi organismo llenándome de vida.
Empecé a subir el último tramo de escaleras cuando en mis cascos empezó a sonar Hurt de Cash (canción que habla de la tristeza inmensa que siente un hombre al perder a la persona que más quiere), la cabeza se me llenó con esa guitarra tan melancólica, pasé por la puerta del cementerio y recordé que allí estaba la tumba de mi bisabuela, la cual no visitaba desde cuando ella falleció, por aquél entonces yo tendría unos ocho o nueve años y la verdad es que entonces yo no sabia muy bien lo que significaba la muerte.
Sin pensarlo me asomé, y tan solo vi a un hombre mayor poniendo flores sobre una escalerilla, cosa que me dio miedo, ver a ese hombre tan mayor encima de unas escaleras con ruedas en las patas..., no, no lo quiero ni pensar.
El caso es que un impulso me hizo entrar en el cementerio (todavía no sé por qué).
Recuerdo que cuando era pequeño la tumba estaba al final del cementerio en la ultima fachada y en la quinta “planta”, pero recordé que un día fueron mi madre y mi abuela a firmar unos papeles para cambiar de nicho los huesos que quedaban de mi bisabuela, con lo cual no estaría en el mismo sitio.
Entre por la primera calle del cementerio, me quité el casco izquierdo y tan solo me dejé puesto el derecho al volumen mínimo, el silencio me envolvió mientras Johnny Cash cantaba a la muerte de su gran amor.

La calle se dividía en tres caminos, y con el mismo impulso que me llevó a entrar en el cementerio escogí el camino de mi izquierda.
En la calle se amontonaban los nichos a ambos lados, y justo cuando di unos nueve pasos me detuve y miré abajo a mi derecha. Al instante reconocí unas flores blancas de tela que hace mi abuela en clases de manualidades, al girarme y ver que casi todas las flores de los demás nichos estaban marchitas pensé en lo afortunada que era mi bisabuela.

Supe que las flores de mi bisabuela serian eternas y siempre blancas.

Se me hizo un nudo en la garganta y de mis ojos empezaron a brotar lágrimas sin control, pero yo sabia que eran de felicidad, felicidad por estar allí en ese momento.
Me agaché para ver la inscripción y pude leer:

Con mucho amor de
 tus hijos,
 nietos
 y bisnietos.

Entonces al ver la palabra bisnieto no lo pude evitar y me puse a llorar desconsoladamente como solo puede hacer un niño.
Me bese la mano derecha, después toque el cristal del nicho que estaba frío como el hielo y de mi boca salieron tres palabras: Todavía te quiero.
Me enjuague las lágrimas con los puños de mi sudadera y me marché sin mirar atrás.
Volví a pasear por las calles del pueblo, ahora llena de personas y me sentí solo entre tanta gente.

Hoy paseando he aprendido tres cosas:

Cuando uno camina solo, sin la compañía y la firme mano de tu pareja enlazada a la tuya, sin amigos y sin familia, uno es un anónimo, vulnerable, y sabes que cada persona que te rodea seguramente tiene una historia a su espalda que nadie conoce.

También aprendí que al no acudir a la entrevista de trabajo y no conseguir el trabajo, conseguí recordar lo mucho que quería a mi bisabuela.

Y por último aprendí que solo o acompañado tengo que pasear más.





3 comentarios:

  1. Hmmm... Me ha gustado mucho el tono sentimental del relato. Felicidades por el estreno de tu blog, Antonio :D

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    1. Muchas GRACIAS Troyano, para ser sincero se puede decir que este relato lo escribí "en tiempo real" iba caminando por la calle cuando tuve que parar a comprar una libreta y boli para escribirlo en el instante en que se me ocurrió, si no sentia que la idea se me escapaba.
      Una vez más gracias por leerme, es un placer =)

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  2. Una historia de notable nostalgia. Uno siente el pesar del protagonista.
    Te felicito, Antonio.
    Saludos.

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