jueves, 20 de septiembre de 2012

Terrible Invierno



III


Camino a casa de sus padres, Peter  Goldsmith paró en un área de descanso para poder llenar esos "huecos" en su estómago que no podía llenar cómo una persona normal, y es que Peter no era una persona de 3 comidas al día, Peter era lo que se dice un goloso de mierda. Todo lo que tuviera un buen puñado de calorías era lo que su cuerpo gordo y fofo de carnes colgantes necesitaba, sentía una gula insaciable, a veces imaginaba que tenia un gusano dentro de su cuerpo al que no podía parar de alimentar, más y más hasta casi reventar


Peter  Goldsmith se bajó de su viejo Ford (una tarea para nada sencilla), y girándose como una triste ballena varada que ve como la muerte intenta arrebatarle la vida, logró sacar su pierna izquierda del coche para apoyarla en el asfalto frío parcialmente cubierto de nieve.
Tras unos minutos debatiéndose con su enorme cuerpo, logró salir del vehículo. Una vez traspasado el umbral de la tienda de comestibles junto a la gasolinera, Peter hizo un barrido de la zona para ver dónde estaban situadas todas las porquerías que pudiera comprar para llenar ese vacío. Giró a su izquierda y fue directo a las neveras de coca-cola y Red bull con paso firme. Abrió la puerta y el frió le bañó el rostro. Así se mantuvo durante más de dos minutos, mirando todo y nada a la vez.
-Hey, señor- dijo el dependiente -No puede tener la puerta de la nevera abierta así porque sí, apuesto a que el cristal de la puerta está lo bastante limpio como para ver el producto que usted quiere comprar sin necesidad de dejar que el frío se escape, ¿me equivoco?.
Peter se mantuvo firme delante de la nevera sin ni siquiera girarse mientras el dependiente le estaba hablando. Lentamente Peter se inclinó hacia abajo para coger dos botellas de coca-cola mientras la raja del culo asomaba por encima de sus pantalones.
Acto seguido se dirigió hacia el pasillo de los dulces y las patatas fritas. Cogió cuatro paquetes de patatas, vasos de plásticos y tres Bollicaos, enfiló hacia la caja que estaba en una esquina del establecimiento.
-¿Cuanto es?- dijo Peter mientras depositaba todas sus porquerías encima del mostrador.
El dependiente lo miró de arriba a bajo y bufo. Al cabo de unos segundos pasando los productos por el escáner levantó la cabeza y dijo:
-Son nueve con treinta.
Peter Goldsmith metió sus manos gruesas, que parecían un catálogo de morcillas, dentro de sus bolsillos y sacó unas cuantas monedas mugrientas. Levantando la palma de su mano hasta casi rozar su nariz, las contó. Le tendió diez monedas al dependiente y cogió su bolsa llena de porquerías. Justo cuando se giraba para dirigirse hacia la puerta, el dependiente dijo:
-Hey, señor, su cambio.
A lo que el señor Goldsmith respondió:
-Puedes quedarte el maldito cambio por las molestias de la puñetera nevera, ¡imbécil de mierda! 

Guardando su compostura desde detrás de la caja registradora, el dependiente enrojeció lleno de cólera. "Uno tiene que quedar bien con los clientes, pensó el dependiente mientras veía salir a Peter Goldsmith por la puerta de su establecimiento, pero te juro por el mismísimo demonio, que ojalá te mueras, asquerosa bola de sebo".

Dos horas más tardes los deseos del dependiente empezaron a hacerse realidad.





2 comentarios:

  1. La historia mantiene la intriga. La figura y el carácter de Peter va tomando forma en la retina del lector.
    ¿Esto es un flash-back?
    A la espera del la próxima entrega.
    Saludos.

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  2. Estoy empezando a querer a Peter Goldsmith: con el paso de los capítulos se me vuelva cada vez más un personaje entrañable.
    Excelente, justamente, su personificación, tanto física como de su personalidad.
    Muy bueno, Antonio.
    Esperando la cuarta entrega...

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