martes, 28 de mayo de 2013

Terrible Invierno


V

Mordía, arrancaba, masticaba, y tragaba. Mordía, arrancaba, masticaba, y tragaba...

Así sucesivamente, intentando no pensar, evitando las fuertes arcadas que sacudían su estómago. Su mandíbula era una trituradora Implacable, y su mente, negándole a pensar en lo que estaba haciendo, seguía luchando por hacer trabajar a su boca.

De vez en cuando algunos pelos se quedaban agarrados a su garganta, en un abrazo infinito, fraternal. Su can iba bajando poco a poco por su garganta, dirigiéndose hacia una digestión macabra.
Un regusto a muerte inundaba su boca, aquello no podía ser cierto, pero lo era. No podía evitarlo, era eso o su propia muerte. Y Peter Goldsmith no estaba dispuesto a tirar la toalla, no sin antes luchar con todas sus fuerzas.

Pequeños regueros de lágrimas se deslizaban por sus mejillas regordetas, distorsionando su vista, mientras pensaba en los buenos tiempos que había vivido junto a Claus, su única compañía durante tantos años.
De vez en cuando un regusto agrio llenaba de sabor su boca, a causa de las arcadas que le acometía.
Era una pesadilla, una escena dantesca. Pero el amasijo de carne y pelos que reposaba sobre el asiento del copiloto, le devolvía a la realidad con una firmeza contundente, penosa.

En su mente una voz oscura y risueña, (quizás era Doña negatividad) no paraba de insistir: "Traga, traga, traga, traga..."
Peter hacia caso a esa voz/conciencia, y sentía resbalar por su garganta, pedazos de Claus. Carne fría que dibujaba terribles muecas de angustia en su rostro.
Inevitablemente Peter se sacudió, y un efluvio caliente le subió desde lo mas profundo de su estomago, hasta salir por su boca y estamparse contra el salpicadero del coche. Noto un liquido apestoso y caliente que le corría por las piernas. vómito.

El coche se inundo de risas, Peter Goldsmith se palmeaba sus muslos grasientos, riéndose histericamente. Sin saber muy bien por qué, le parecía muy gracioso ver el salpicadero de su coche lleno de salpicaduras de vomito de trozos de su perro. Tropezones de perro a medio digerir resbalaban por el cuadro de mandos y por sus piernas. El coche apestaba, y esa era una de sus menores preocupaciones. Tenia que seguir comiendo.

Una idea absurda, pero a su vez realista, cruzó como un relámpago su mente: «No podré seguir comiendome a Claus, verlo así, echo pedazos, me da pena y asco. Pero quizás..., si me como lo que he vomitado... Puedo pensar en comida cruda. Mucha gente come pescado crudo, Y hasta carne poco hecha..., sangrante.»

Sus dedos gordos empezaron a recoger los tropezones de Claus que chorreaban por el salpicadero, y con manos firmes, decididas, volvía a llevarse los pedazos a la boca. Su boca inmunda se abría y una vez más empezó a tragar, tragar, tragar, tragar...

Tras unos minutos, después de semejante banquete, Peter miró su paquete de tabaco, y sin poder evitarlo, saco un pitillo con manos temblorosas y lo encendió. No era justo fumarse un cigarro después de devorarse a su propio perro, fumar después de comer era sinónimo de haber disfrutado mucho de la comida, pero tenia que apartar ese sabor de su boca. Dio una fuerte calada. Era la mejor opción.

Con el estomago todavía dándole vueltas, Peter Goldsmith se recostó en su asiento para descansar un poco. El vómito se volvía frío y acartonaba sus pantalones.

2 comentarios:

  1. Espectacular, asquerosa, escalofriante. Una entrada impactante, Antonio. La historia se hizo esperar, pero valió la pena.
    Te felicito.
    Saludos.

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  2. Terrible. Lo macabro cobra vida, y será fantástico leer cómo sigue la trama en este callejón sin salida.
    Excelente, Antonio, me encantó.
    ¡Saludos!

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